Manuel es un alma vieja, se mueve como si poseyera años de sabiduría, al mismo tiempo que la curiosidad nueva ilumina su mirada.

EVA VILLAMAR.

Con los años aprendes a conocer a las personas observando por un lado su forma de trabajar y, por supuesto, el resultado de ese trabajo.

Son muchos los fotógrafos que se cruzan en mi camino, con estilos y formas de ser muy diferentes. Y es casi mágico comprobar que cuando veo las imágenes finales, veo a la persona que las hizo.

Su carácter ha quedado marcado, como un sello, una impronta personal. Hoy quiero hablaros de un fotógrafo muy especial. Ver las fotografías realizadas por la joven cámara de Manuel Novo es verlo a él. Son fotografías claras, no hay dobleces, no esconde nada, él es así, transparente y limpio, sencillo, entendiendo el término sencillo en el mejor de sus sentidos, nada que ver son simple.

Sería muy fácil caer en el tópico de que la fotografía le viene de familia, cosa que es cierta, porque es hijo de un grande, Alfonso Novo, reconocido, querido y premiado. Pero no quiero centrarme en esa característica de su vida porque sería sesgar su trabajo, sería robarle mérito. Vuelvo a mirar sus imágenes (para mi sorpresa me descubro trabajando en una de ellas, y cómo me emociona), las observo detenidamente y consiguen hacerme olvidar su juventud.

Estoy segura de que él siente que le queda mucho por aprender, y ¿a quién no?, me pregunto yo, pobre de aquel profesional que lo crea todo sabido, mejor que se dedique a otra cosa, porque cuando te cansas de avanzar es que tus pies han perdido interés por el camino.

Pero olvido su juventud, inevitablemente, me sorprende la templanza que transmite, la serenidad, el equilibrio. Sin renunciar a la expresividad, muy al contrario, posee una técnica indiscutible, pero, lo más importante, tiene el talento, y eso, por más padre que tengas, por más escuela a la que vayas, o se tiene o no se tiene.

Manuel está tocado por ese don para atrapar emociones. Y lo hace de forma igual de serena que son sus fotografías. Por eso os comentaba al principio, la relación que observo entre el artista y su obra. Porque la fotografía es un arte, también la Fotografía de Bodas, de Moda, o el campo que sea, es arte, al menos si pretendes remover al espectador, contarle, transmitirle. Manuel lo hace, no se limita a inmortalizar un gesto, atrapa lo que está pasando.

Mientras trabaja, se mueve sigiloso, en silencio, en ocasiones dudas de su presencia, pero está. Observa, es un gran observador. Respeta, respeta a los compañeros de trabajo, a las personas que está fotografiando, a cualquiera que esté presente.

Se qué esto parece una obviedad, pero no lo es, no en estos tiempos, en los que la educación es un bien tan preciado y escaso. Respeto, cuando decides ponerte en manos de un Fotógrafo, por supuesto que quieres un resultado, pero también que el proceso sea agradable, grato, cómodo.

Eso lo convierte en algo más que en un fotógrafo, lo convierte en un profesional, y además le honra.

Manuel es un alma vieja, se mueve como si poseyera años de sabiduría, al mismo tiempo que la curiosidad nueva ilumina su mirada.

Y esa combinación crea fotografías con un sello personal que ya se deja ver. Una persona sencilla, como os lo describía antes, tiene entre sus muchas capacidades, la autocrítica, Manuel no va a conformarse con una fotografía mediocre, sabiendo que podía ser mejor. 

Lo dará todo, en cada momento, y lo hará mientras sonríe. Porque lleva dibujada en el rostro una sonrisa suave y constante, la de alguien que está a gusto con el momento, que siente con tranquilidad y calma. 

Tal vez, porque en su interior solo se cuece lo bueno, lo noble. Tal vez, porque estamos ante una de las grandes promesas de la fotografía y estoy segura de que él no lo sabe, él se limita a trabajar, a ser cada día un poco mejor profesional que el día anterior. Y crecerá y mucho, porque si ya hace las fotografías que hace, el futuro, simplemente, le pertenece.

Eva Villamar

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